7/12/2009


La carretera


Por cuestiones de trabajo, viajo a Suchitoto unas tres o cuatro veces a la semana. Mi ruta es saliendo por la calle de la Constitución, desviándome por Apopa y cruzo en Aguilares, y es ahí donde cambia la carreta, cambia el ambiente. La carretera, de unos 18 km y de dos carriles, bordea el volcán de Guazapa, siempre saludo a la “mujer dormida” y disfruto del paisaje. No importa cuántas veces a la semana viaje o la prisa que lleve, siempre me fijo en algo nuevo, en algún detalle, en una casita o en las personas que transitan por esa calle.

Al iniciar ese tramo de la carretera un muro de arboles la hace mágica. Las copas de los arboles, a ambos lados de la calle, se entrelazan entre sí, creando un túnel verde y mágico. Paso por una hacienda, que en algún momento me detendré y pediré permiso para ingresar, paso el ingenio San Francisco y diferentes comunidades y escuelas.

En el camino, siempre me encuentro con la misma señora que lleva unas seis vacas, un poco flacas, no sé a dónde las lleva, pero al ver a las vaquitas tan flaquitas me acuerdo de lo que dijo en una ocasión el director de nuestro proyecto, que de esas vaquitas no salía leche fluida, sino que leche en polvo.

Disfruto cuando veo a los niños y niñas caminando hacia la escuela, ver el grupo de amiguitos alegres, fregando en el camino, la parejita con ilusiones en su vida, los niños que van en sus bicicletas, y las niñas con la malicia en los poros. Y en las tardes de tormenta, veo, con ojos de envidia, como los niños y las niñas caminan muy alegremente bajo la lluvia, y repito, Dios está en la lluvia.

No pueden faltar los diferentes perros aguacateros, más fieles que la vida misma, acompañan a sus dueños, mirándolos con ojos alegres, moviendo sus colitas, y mostrando sus cuerpos esqueléticos, llenos de pulgas y garrapatas. Hay uno en especial que ha llamado mi atención, le he puesto por nombre Suplicio, porque eso es lo que inspira su cuerpo lleno de jiote, la cola más tiesa que un leño y unos ojos lastimeros que piden ayuda. En más de una ocasión he pensado pasarle con el carro encima para aliviarlo de una sola vez de ese sufrimiento, pero creo que no lo haré nunca.

Hay otros perritos que retozan en la calle. Cuando paso a la par de ellos solo levantan la vista para ver a la intrusa que interrumpe su descanso, y se vuelven a acomodar para seguir soñando con una chuletita rica, un petate calientito donde dormir y una perrita sexy que los calme de sus deseos carnales.

Últimamente he visto dos culebras que han hecho que se me erice la piel. Una de ellas era transportada por un niño en el manubrio de su bicicleta, y la otra, le pasé con el carro encima y me di cuenta hasta que vi por el retrovisor la culebra con las tripas de fuera. Tengo que aclarar que ya la pobre culebra había sido aplastada por unos cuantos carros más.

Paso por las comunidades de La Mora, El Zapotal, el desvío para el Barío, Aguacayo y siempre observo las ruinas de la iglesia, algunas paredes de casas destruidas durante la guerra, algunas cruces en el camino llenas de flores y me pregunto que quién o quienes estarán enterrados ahí, si murieron por un ideal, y lucharon hasta el final por eso.
A veces comparto con algunos gringos y canadienses que llegan a vivir a las comunidades por un tiempo, y les ayudan a hacer duchas, pintar murales, dar clases de inglés. Los extranjeros se ven tan a gusto que parecen otros habitantes de esos lugares. Me gusta cuando hablan con uno y dicen “oh chivo” y toman gaseosas en bolsas y con pajillas.

Ya en la tarde, cuando vengo de regreso, observo a Don Candelario y a Don Luis descansando de sus labores agrícolas, a Leyla y Maritza elaborando las artesanías con semillas naturales que recogen de las faldas del volcán de Guazapa, a los niños y niñas regresando a sus casas luego de la jornada de estudio.

Observo el atardecer, los colores maravillosos de la tarde que dan una tonalidad exquisita sobre las milpas y la caña de azúcar. Miro hacia el cielo, cómo se forman las nubes, cómo se va despidiendo el día, cómo se va despidiendo el sol con esos rayos majestuosos, miro hacia el infinito, hacia el Cielo y sé que desde ese lugar mi mamá me cuida y va conmigo en esa carretera llena de magia y de vida.

El Amargo del Pomelo de Nacho Cano

Oleo de mujer con sombrero...Silvio en El Salvador