Hace
poco, recordé algo que mi hermana mayor me dijo cuando, en una crisis,
realmente me sentía devastada, perdida y sin ánimos para continuar: “¿Sabes?
Las brujas somos como los fénix y nuestro mayor poder es el de superar las
dificultades y renacer. Confía en esa certeza. Ten fe en que siempre, siempre,
hay algo más que dolor, mala suerte, lágrimas o tragedias. Confía en lo bueno
del mundo. Confía en ti. Deja que tu poder y tu sabiduría te salven del
horror”.
Ella tenía razón. Somos como esas aves gloriosas
cuyo poder es renacer de sus propias cenizas. No importa cuántas veces el fuego
nos toque, no moriremos si tenemos esperanza y nos aferramos a nuestra
fortaleza más profunda. Sí, el fénix parece ser un símbolo perfecto para las
brujas y su magia: Ambos conocemos el fuego de la muerte, pero somos tan
rebeldes que no nos conformamos con permanecer en él. Al contrario, ambos somos
tan fuertes y tan astutos que lo aprovechamos y, al final, nuestros esfuerzos
son recompensados porque encontramos la transformación, la flama de la vida y
de lo nuevo. Ahí radica el poder de las brujas y los fénix.
La magia, las brujas y los fénix no podemos ser
destruidos, porque (re)naceremos del fuego una y otra vez, pase lo que pase.
Somos resilientes. Somos seres que sobreviven a los problemas, a las penas y a
la agresión de los demás, y que superan las experiencias y las emociones
negativas. Y luego seguimos adelante, siempre adelante. Pero, sobre todo, somos
seres que sobrevivimos al fuego que nuestra propia mano enciende cuando nos
dejamos llevar por nuestra duda, nuestro miedo, nuestra inseguridad o nuestra
angustia. Las brujas y los fénix nos volvemos cenizas únicamente para renacer
de entre las llamas y después volar muy alto, siendo libres. Transformamos el
dolor en un aprendizaje, en una memoria de sabiduría para el presente y el
futuro. Es parte de nuestra magia. Es nuestra vocación y nuestro destino. Somos
brujas. Somos los fénix de la Luna.
Créditos
de autor: Andrea Olso
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